Palabras

Carlos Villar Esparza: Poniente

By febrero 12, 2019 diciembre 16th, 2019 No Comments

Cuentan que hay que caminar siempre a poniente, hacia donde acaba el mundo, hasta llegar al “finisterre” campomontieleño: allí el viajero descubrirá una tierra maravillosa. Desde ese confín, el viajero contemplará aún, en la raya del horizonte y a sus espaldas, la cima de nuestro mundo, Cabeza del Buey.

En ese lugar ignoto, tierras de sequía y condición antipática, hay un gran olivar que en las noches de plenilunio las aceitunas que se balancean de las ramas se convierten en pequeños frutos de plata.

Pues bien, cuando el olivar mágico sufre en ocasiones los largos temporales o las agresivas y violentas nubes, cae tanta agua que la tierra queda ahíta, dice basta y se forman pequeñas tablas y arroyuelos donde estanquean y corretean las aguas sobrantes, y es entonces cuando sucede un hecho extraordinario a la hora llegada del incendiado crepúsculo. A esos momentos y en ese paisaje visionario empiezan a aparecer las ranas, ranas, más ranas… muchas ranas que empiezan a juntarse y a croar a coro al sol que languidece y que parece rebullirse de pura vergüenza. Docenas, centenares de ranas han aparecido no se sabe de dónde, y cuales bacantes poseídas por la pasión solar no paran en su frenesí los cantos amorosos de despedida.

Pero sucede que las ranas son tornadizas y volanderas, nada más aparecer la luna llena cambian el objeto deseado de sus sonoros cantos y, ahora sus descosidos requiebros son para ella, la que alumbra a los hombres con la luz de los muertos.

Este fenómeno tiene la duración de las pequeñas charcas, cuando estas se evaporan, desaparecen, y con ellas la nación de las ranas. Dicen que regresan a sus territorios subterráneos en busca de las humedades desaparecidas. Sólo cuando caigan de nuevo las aguas y éstas se remansen en el olivar, regresarán las ranas para cantar al ocaso y tentar a la luna.

Esa tierra fantástica y su olivar fantasmal son mismamente como la isla de San Borondón, muchos viajeros afirman haberlo visto en lugares diferentes.

La verdad del Señor es que contemplar una puesta de sol junto a las ranas cantoras es una experiencia que imprime carácter.

Carlos Villar Esparza