Palabras

José María Lozano Cabezuelo: A solas con don Francisco

By febrero 12, 2019 diciembre 16th, 2019 No Comments

Caminando por los múltiples senderos del Campo de Montiel, fui a dar con mis huesos, para descanso dellos y alivio de los grandes bochornos de esta terrible y horizontal solanera, en un regocijante mesón de un lugar claro, bien tejado, repartido en terreno inclinado de color bermejo, allá por los vislumbres de la Sierra Morena, en la antigua ruta de Andalucía, donde fuime a topar con don Francisco de Quevedo y Villegas, y a hurgonearle los entresijos y removerle memorias.

Me aguarda, ya hombre de ida a Dios y de vuelta de todo, con ese particular aviso de los escaldados. Retirado en la paz de estos desiertos, “con pocos, pero doctos libros”, cuya lectura le mantiene -es su estilo- “en conversación con los difuntos, escuchando con los ojos a los muertos”.

Allí, sentado, callado, raído, vuelto hacia sus adentros, rumiando recordaciones mezcladas con suspiros, está el más tremendo hombre del filo de dos siglos. Toso, sin tos, discretamente, para que alce la cabeza y me mire, más que con sus ojos, con los reflejos de las antiparras que por su apellido se conocen.

Unas cuantas cortesías por mi parte y, para arranque de la conversación, hablamos un poco de la salud de quien mejor ha tratado la lengua sabrosa de Castilla, de quien fue y sigue siendo el ingenio mayor, junto a don Miguel de Cervantes Saavedra, que ha pisado aquestos reinos.

-¿Cómo marchan esos achaques?

-Me encuentro tal, que la habla me duele y la sombra me pesa.

-Pero va viviendo vuesa merced.

-Llegué a esta villa con más señales de difunto que de vivo. Mas con la quietud templada del lugar y el regalo de la caza, quedo hoy mucho mejor y más alentado. Con el ejercicio que hago algunos días por estos campos voy ya convaleciendo valerosamente, y me son medicina la soledad y el ocio que me descansan de lo mucho que padecía en la Corte. Créame vuesa merced, que aquí se vive uno para sí mismo todo el día, y en Madrid ni para sí ni para otro.

-Estamos en pleno Campo de Montiel. ¿Pínteme la vida de v. m. en estas tierras?

-Aquí los días se deslizan con lentitud, asistimos a la fuga insensible de las horas, aquilatamos el precio del tiempo, los alimentos son abundantes y baratos, y gozamos sin remordimiento y casi de balde de los placeres de la Naturaleza. Ésta, en fin, es fértil tierra de contentos y de vicios, donde engordan bolsa y hombre y anda holgado el albedrío.

La hora está boqueando. Entra una sombra, sin edad ni tiempo, con una jarra de loza y unos vasos. Los deja sobre la mesa, en silencio. Y sale tan fantasma como llegó. Don Francisco me sirve un morapio nuevo, el mismo a que huele todo el aposento. Le agradezco el honor. Alzo el vaso y bebo a su precaria salud.

José María Lozano Cabezuelo