Palabras

Esteban Rodríguez Ruiz: Paisajes y sentimientos

By febrero 12, 2019 diciembre 16th, 2019 No Comments

Volver al Campo de Montiel es regresar a un paisaje propio y querido, en el que podemos contemplar el mosaico de colores que compone nuestra tierra salpicada de barbechos, siembras, rastrojos, huertas, viñedos, olivares y alguna que otra isla de eriales, morras o apunte de montes. Todo un conjunto armonioso que, cuando no se sufren los rigores del tiempo, ayuda a mantener la serenidad del corazón y el sosiego de la mente.

En este paisaje duro y exigente hay una singularidad que se hace concreta en las Lagunas de Ruidera, regalo cierto de agua y generosa vegetación. También, en este mismo intento, están presentes el Guadalén y otros arroyos, mas es el Jabalón el río que define y recorre los rincones de estas tierras. Es verdad que ya ha sido calificado como: “ni río ni arroyo, quimera de agua que lucha por mantenerse viva entre juncales y tablas que frenan su discurrir hacia el otro espejismo, el Guadiana Medio”, pero es el que hace de testigo privilegiado, en su sosegado fluir por escenarios particulares e inimaginables, en estas tierras resecas. Rico en meandros que florecen cada fugaz primavera con mil y un colores en tonos diferentes, pinceladas robadas a un arco iris interminable, creando rincones encantados y cautivadores, viveros de fauna y flora, oasis en tierras calcinadas. Sus vegas están salpicadas de huertas, cultivos diversos y alamedas, en donde el otoño deja su impronta más visible. Discurre próximo a carreteras y caminos que lo cruzan en múltiples ocasiones, salpicándolo de puentes utilitarios, testigos mudos o participativos de vida, esperanzas y temores. Sendas, en ocasiones, poco más que insinuadas en las pequeñas cumbres, intentos de continuidad por valles y laderas. Campos deseosos de ser receptores de unas semillas que habrán de germinar, enraizar, nacer, madurar y dar nuevo fruto en la cadencia anual que se renueva. Fresco verde que acompañará al de las vides y el más grisáceo y estable de los olivos. Paisajes vividos.

Todo eso se ofrece al viajero que sabe detenerse, que hace del camino no un elemento vacío y utilitario, sino parte de sí mismo, algo indispensable de esa vida que se desgrana poco a poco, paso a paso, en el diario caminar con ritmo sosegado, pues así es como ha de ser recorrido, intuido, descubierto, amado hasta lograr que los surcos formen parte del propio relieve, rugosidad de la piel que nos recubre, protege y pone en contacto con el mundo exterior.

Esteban Rodríguez Ruiz