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Clemente Plaza Plaza: Campo de Montiel, contraste de paisajes

By febrero 12, 2019 diciembre 16th, 2019 No Comments

El paisaje del Campo de Montiel sorprende y se adivina como una encrucijada, transformando la adormecida y somnolienta monotonía de los terrazgos rojizos y amarillos mesetarios por alfombrados paisajes de verde derramados en la anchura del horizonte. Primaverales mieses ondeando y ondulando la tarde como en un éxtasis. Y cuando la sequedad y los rigores un sol de injusticia obligan a sestear a la sombra, se ensancha el espíritu a la vista de un océano de verdes intensos al cielo, de pámpanas que afloran desde las hondas y retorcidas raíces de nuestras vides.

Y en la lejanía de esta tierra sin límites, cuando el sol espejea incendiando los irisados campos, se salpican árboles y arbustos que manchan de pinceladas de verdes suaves, brillantes, oscuros, graves y cenicientos la llanura. Acebuches, lentiscos, jaras, romeros, tomillos, chaparros, sabinas, pino carrasco y, majestuosa, la encina. Árboles y arbustos que blindan sus recias hojas leñosas al sol con su capacidad de sobrevivir a las más rigurosas condiciones del cielo, desde donde la luz juega plásticamente protegiendo este equilibrio de la naturaleza. Así la encina, de arisca hojarasca y centenaria fortaleza.

Y allí, donde la voluntad del hombre de esta tierra quiso brotar de sueños y sombras la naturaleza, aparece el legendario olivo, símbolo de una cultura que entrelaza la necesidad con el mito; en labores y cuestas, el almendro, turbando el paisaje en los últimos compases del invierno con la luminosidad de sus flores, como un emblema de fertilidad entre la sed esteparia y la aridez de ancestrales horizontes de labriegos. O el legendario nogal, de inconfundible porte, cuando la frescura del agua sueña con aromas amargos, o alrededor de cualquier ronde. Y de verdosa y dulce sombra, la higuera.

El agua por estos secarrales es un milagro extraño, y sin embargo todos los pueblos de este Campo de Montiel brotan irremediablemente del agua.

Y allí donde el agua se esconde en la hondura del fresco vientre de la tierra, el afán de hombres y mujeres desde antiguo, acaso ya desde los moradores moriscos, hicieron brotar una huerta. Norias, albercas, canalones, acequias inundan las tierras con un aliento fresco y húmedo, dibujando el paisaje en hiladas de verde que volverán a ahogarse de nuevo en el horizonte lírico de la llanura ardiente.

Clemente Plaza Plaza