Porque eres mi tierra… te presto la voz y los cangilones de mi pecho para que -como un alféizar- te abras al mundo; tras de ti, mi aventura humana trasciende porque estás al acecho como un testamentario viajero, capaz de ponerme orla, cultura y saber en las palabras que sueño soñando tus paisajes e historias.
Y para poder vivir sin coraza en este lento morir que es la vida: tú, mi tierra. Así te quiero, de par en par, yo clavándome el cuchillo de tu hermosura y tú ofreciéndome la antorcha que me guía por el vasto dominio de tus campos; en la batalla de lo telúrico y lo célico están tus atalayas y mi ágora.
Porque eres mi tierra… abro los brazos cuando susurras asedios, cadáveres, asaltos, prisiones, destierros y tristezas, o el valor inútil que el solo silencio conoce. Tu historia es mi historia y me ha clavado sus alfanjes. Y tú -celosa por verdadera- mueves tus manos sobre el barro de mi génesis… Yo entonces, erijo el espíritu de tus lugares -hoy bosques inanimados- y te agiganto al misterio desde otros mundos interiores.
Porque eres mi tierra… desnudas tus ríos sobre los ríos de mi razón; la luz es tu identidad y tu búsqueda; tan áspera y dura y sin embargo tan hermosa e infinita, tan necesaria que la jaula de mi corazón se le queda pequeña al abismo de tu avaricia.
Le basta a mi corazón el milenario humus de tu vientre; le basta el asombro, la raíz, la unción con tus gentes, y la devoción… ¡Que todo el desvelo de mis ojos está clavado en tus campos!
Me basta con encenderte las últimas hogueras. Tengo a la luna despierta. Yo estaré despierto mirándote la noria de las horas; lo mismo que mis labios son dispuestos para ti y te seguirán más allá de las fronteras y los confines…
Porque eres mi tierra… así habla o grita mi ego medular. ¡Me bastaría negarte si no tuviera la pasión de tu sangre, si estas palabras -que son luz y grito y soledad- no ayudaran a sostener mi humilde osamenta sobre este titánico Campo de Montiel!
¡Tanta realidad y tanto sueño hay que vivirlo!
