Nuestra Tierra

DON QUIJOTE Y EL CAMPO DE MONTIEL: LOS CAMINOS HISTÓRICOS Y LA LITERATURA

By noviembre 11, 2023 No Comments

Por María Ángeles Díaz Muñoz

 

Cervantes, en las primeras páginas de su obra magna, parece invitarnos a seguir los pasos de Don Quijote, quien “comenzó a caminar por el antiguo y conocido Campo de Montiel”, una comarca histórica que sirvió de zona de paso entre Castilla, Andalucía y Levante desde la antigüedad. Entre los viejos caminos que la surcan destaca la Vía Augusta romana, a cuyo paso se han descubierto interesantes restos arqueológicos. Personajes ilustres de nuestra literatura, como el mismo Cervantes, Quevedo, Jorge Manrique o Azorín, moraron en esta tierra o la recorrieron, dejándonos testimonio escrito de su presencia.

Frente a la unidad histórica que le confiere el haber sido definido territorialmente por la Orden Militar de Santiago, el Campo de
Montiel se caracteriza por su diversidad paisajística, en la que podemos encontrar tanto valores naturales – las lagunas de
Ruidera – como conjuntos urbanos de gran interés.

Desde el punto de vista geográfico, el Campo de Montiel ha sido definido como una altiplanicie que destaca claramente sobre la
llanura manchega y también se diferencia de ella en cuanto a paisajes naturales y agrarios. En esta altiplanicie –constituida
básicamente por calizas y dolomías del jurásico en las que se encaja el sistema lagunar de Ruidera- se ha desarrollado un
bosque denso mediterráneo en el que sobresalen por su valor ecológico los sabinares que rodean al nacimiento del Alto
Guadiana.Hacia el Sur- Suroeste se produce un descenso escalonado desde el páramo, que se traduce en un relieve ondulado con valles
o vallonadas labrados en margas y arcillas del triásico, de fuertes tonos vinosos y rojizos en el que destacan algunos montesisla cuarcíticos. El conjunto queda enmarcado por varias sierras, como las de Alhambra, Alcaraz y Sierra Morena, que constituyen un hermoso y azulado telón de fondo en los días de atmósfera transparente.

Esta variedad geomorfológica se traduce en diversidad paisajística. En el Noreste, la altiplanicie aparece cubierta por encinares y sabinares, cuyo denso sotobosque de romeros y tomillos resulta especialmente aromático en primavera. El principal aprovechamiento de esta zona es la caza, que da lugar a una curiosa obra humana, los majanos, pequeñas construcciones circulares y planas de piedras apiladas, destinadas a madriguera para los conejos. Hacia el Sur y el Suroeste, la agricultura domina el paisaje: grandes parcelas de cereal se dibujan sobre la llanura ondulada, en la que los colores pardos y rojizos de los barbechos marcan un hermoso contraste con los brillantes amarillos de las rastrojeras. En el entorno del valle del Jabalón, los olivares y viñedos proporcionan riqueza al paisaje, como también la presencia de algunos cortos cañones como el que ha formado la incisión del río Lorigón en las inmediaciones de Almedina.

Debido a su altitud, el Campo de Montiel constituye una cabecera hidrográfica que vierte sus aguas a las cuencas del Guadiana y Guadalquivir. Aquí nace el Alto Guadiana, por la confluencia de varios arroyos y manantiales en la primera de las lagunas de Ruidera, la Blanca; y también aquí, en el borde de la altiplanicie, desparece por infiltración en la llanura manchega. Respecto a su relación con el tramo medio del Guadiana, existe controversia ya desde los geógrafos antiguos, de la que el mismo Plinio se hace eco. Cervantes, en el Quijote,
describe las peculiaridades hidrogeológicas Cervantes, en las primeras páginas de su obra magna, parece invitarnos a seguir los pasos de Don
Quijote, quien “comenzó a caminar por el antiguo y conocido Campo de Montiel”, una comarca histórica que sirvió de zona de paso entre Castilla, Andalucía y Levante desde la antigüedad. Entre los viejos caminos que la surcan destaca la Vía Augusta romana, a cuyo paso se han descubierto interesantes restos arqueológicos. Personajes ilustres de nuestra literatura, como el mismo Cervantes, Quevedo, Jorge Manrique o Azorín, moraron en esta tierra o la recorrieron, dejándonos testimonio escrito de su presencia. del río por medio de una parábola caballeresca en la que el Guadiana es un escondidizo escudero y las llorosas hijas y sobrinas de Doña Ruidera son convertidas en lagunas por el mago Merlín.

Las lagunas de Ruidera constituyen un hito fundamental en cualquier visita al Campo de Montiel por su singularidad geomorfológica,
su riqueza en avifauna y el sorprendente contraste paisajístico que ofrecen respecto a su entorno. Existen muchas menciones literarias sobre las lagunas, en las que siempre se subrayan los cambiantes colores, entre azul turquesa y verde oscuro, de sus aguas.

 

En las inmediaciones de Ruidera, y también en toda la comarca, quedan numerosas huellas de aprovechamiento de la energía hidráulica. A los batanes, tan presentes en las aventuras de D. Quijote, hay que unir la fábrica de pólvora de Ruidera, que le valió el título de Real Sitio a la entonces aldea, y cuyo edificio fue diseñado por Juan de Villanueva. En las lagunas se pueden contemplar también los interesantes edificios de algunas pequeñas centrales hidroeléctricas. A lo largo de los ríos que surcan la comarca existe un conjunto bastante numeroso de molinos harineros hidráulicos. También el aprovechamiento del agua dio lugar a la implantación de las antiguas Salinas de Pinilla (término de Viveros), todavía en funcionamiento, que se localizan en una depresión cerrada – diapiro – en la que afloran los depósitos salinos del Keuper (Triásico).

Por su posición estratégica, como puerta de entrada para Andalucía, el Campo de Montiel constituyó un importante territorio fronterizo en tiempos de la Reconquista. Ello justifica el hecho de que en él se construyeran hasta treinta y dos fortificaciones, la mayor parte hoy en
ruinas. Entre ellas sobresalen por su emplazamiento y conservación los castillos de Alhambra y Peñarroya, y el de Montiel por haber sido testigo del conocido episodio histórico del fraticidio de Pedro I de Castilla a manos de D. Enrique de Trastámara. Mención especial merece el Castillo de Montizón del que fue comendador Jorge Manrique, de origen más reciente y, por tanto, muy bien conservado, emplazado para control del paso natural de Sierra Morena junto al río Guadalén.

En el Siglo XIII, la Orden de Santiago había adquirido las tierras del Campo de Montiel, bien por ocupación bélica o por donaciones reales. Hasta el siglo XV asume la labor de repoblación de la zona fundando aldeas y construyendo en muchas de ellas auténticas iglesias – fortaleza, entre las que sobresale la de Villahermosa. De sus tres antiguas cabeceras –Montiel, Alhambra y Torre de Juan Abad- fueron independizándose sus aldeas, configurando cada una de ellas su propio término con un radio de media legua alrededor del núcleo, lo que dio lugar a un curioso mapa de términos municipales redondeados que persiste en la actualidad.

La capitalidad de la comarca pasa en el siglo XVI a Villanueva de los Infantes, que debe su nombre a que fue fundada por los Infantes de Aragón, quienes le concedieron su emancipación respecto a Montiel. La villa constituye hoy uno de los conjuntos urbanos más bellos y armoniosos de Castilla – La Mancha. El renacimiento tardío y barroco de la mayor parte de sus monumentos denota que el máximo esplendor de Infantes si sitúa en los siglos XVI y XVII. Todas sus calles, amplias y elegantes, confluyen en su Plaza Mayor porticada, una joya renacentista construida en dorada arenisca. La literatura puede inspirar una visita a la villa: entre sus numerosas casas nobles se encuentra la del Caballero del Verde Gabán, en la que Cervantes sitúa el célebre discurso de Don Quijote sobre la caballería andante.

También aquí, en el Convento de Santo Domingo, está la celda en la que D. Francisco de Quevedo escribió sus últimos sonetos antes de morir. Por último en la villa se puede descubrir la lectura de las obras del místico Santo Tomás de Villanueva, profesor de filosofía en Salamanca y Alcalá y arzobispo de Valencia.

Resonancias literarias tienen también los municipios de Villamanrique y Torre de Juan Abad, que sobresalen por sus conjuntos monumentales. San Carlos del Valle destaca por su sorprendente Plaza Mayor y sus singulares rasgos urbanísticos, que se derivan de su fundación planificada en el siglo XVIII, junto al Camino Real de Andalucía que se traza tras la apertura del Puerto de Despeñaperros.

Al ser zona de paso natural entre la meseta, Levante y el Sur, el Campo de Montiel se halla profusamente surcado por vías romanas, caminos reales y cañadas ganaderas que, como ocurre con frecuencia, en ocasiones se superponen. En las antiguas ediciones de los mapas topográficos, el viajero puede encontrar nombres como Camino Real de la Plata, Vía de Hércules o Camino de Aníbal, denominaciones que despiertan la curiosidad histórica. La Vía Augusta constituye el eje fundamental de la caminería romana en el Campo de Montiel; lo atraviesa de Sur a Norte y se ha conservado gracias a que posteriormente devino en Cañada Real de Andalucía. En su entorno se situaron notables ciudades romanas como la Mentesa Oretana, Mariana o Laminium. La situación estratégica de toda la zona explica una riqueza arqueológica que, debidamente gestionada, puede constituir un importante recurso para el turismo cultural.

Estos caminos fueron recorridos por Cervantes en sus desplazamientos entre La Corte (Madrid) y Granada. Quizás ello justifique el hecho de que el escritor, que tan ambiguo es en ocasiones en las referencias geográficas de su obra magna – insista repetidamente en fijar el Campo de
Montiel como teatro de buena parte de las aventuras de Don Quijote. Y, ligadas a los caminos, se encuentran las ventas, que tan importante papel juegan en la novela picaresca del Siglo de Oro. Próxima al Puerto de San Esteban, paso obligado entonces hacia la Andalucía oriental, se encuentra la Venta Nueva (en el término de Villamanrique), frecuentemente mencionada en las novelas y literatura de viajes de la época de Cervantes, y que fue testigo del paso de ilustres personajes como Felipe IV, Cosme de Médicis y el mismo Quevedo.

Los caminos del Campo de Montiel invitan a iniciar rutas literarias. Se puede abordar su exploración en busca de molinos, ventas y batanes para, al igual que han hecho muchos otros, intentar descifrar la geografía imaginaria de Don Quijote; visitar el romántico castillo de Montizón, en el que su comendador, D. Jorge Manrique, escribió buena parte de su obra literaria, o aproximarse a la bella ermita, fundada por los templarios, de Nuestra Señora de la Vega, lugar predilecto del poeta renacentista y su esposa, doña Guiomar de Meneses. Se debe también evocar los últimos años de la vida de Quevedo, en sus idas y venidas, unas veces voluntarias y otras obligadas por el destierro – “…retirado en la paz de estos desiertos…”-, a las tierras heredadas de su madre en Torre de Juan Abad; visitar, en fin, su última morada y leer
el soneto por él allí escrito.