Por Juan Carlos Campos
Era tradición, rito, mito, era parte del ADN del pueblo de Albaladejo. Hubo un tiempo que a Albaladejo lo llamaban el pueblo de las brujas y en tiempo de Cuaresma se aparecía la pantasma. Es tradición el Miércoles de Ceniza, la ancestral ceremonia del entierro de la sardina, el rito de quemar un pelele y el baile de la Danza de Animas. Ceremonias que entierran simbólicamente el pasado y que anuncian el fin de carnaval, y el inicio de la cuaresma, que dura 40 días y termina el Domingo de Ramos.
Era invierno, invierno, la espesa y fría niebla calaba hasta los huesos. El sereno candil iluminaba con su fantasmal luz las humildes casas. En las cocinillas, el rescoldo hipnotizador de las lumbres se evaporaba invisible por la negrura de las chimeneas que dejaban de humear. Era entonces, cuando el pueblo entero se encogía, pero no de frio. Estábamos en la cuaresma, y aparecía a media noche, amparada por la oscuridad. Recorría las calles y plazas sembradas de un silencio imperioso, también solía ir a la cueva de la virgen, el sagrado corazón, y para finalizar su deambular, visitaba siempre la iglesia y el cementerio.
La noticia corría de boca en boca, las puntas de las lenguas apuntaban, es M.C., no, es fulano, es mengano que lo tenía ofrecido por lo de su tío que… Dicen que la vio J.R., a eso de media noche, se asomó por el ventanuco de la cámara y la vio pasar. Tal fue el espanto que le causó verla, que dicen que estuvo dos días mudo, y al tercero después de comer de un buen puchero, apenas recordaba y todavía tembloroso describía lo que aquella noche creyó ver. Recordaba una figura muy alta, con un atuendo blanco que le cubría de pies a cabeza, con una especie de orza en una mano, de donde surgía un maullido maléfico, y en la otra, una vela envuelta en lágrimas. También de madrugada, J.S. y unos amigos que regresaban a sus casas, se la encontraron. Por momentos creían que algo los sujetaba, como una fuerza desconocida que les dejaba paralizados, y de sopetón ahí estaba, al lado del honorable árbol de la plaza, una silueta humana envuelta en una sábana blanca. Apenas pudieron seguirla hasta la calle San Juan, donde la pantasma echó a correr en dirección al cementerio viejo, desapareciendo entre la espesa niebla.